Un día Clara se encontró sola en
una habitación de su casa y pensó si siempre había sido así, si siempre había estado sola en alguna parte de su casa, que la llevo a pensar si siempre había
estado sola en su barrio, cosa que la llevo a pensar intensamente: ella SIEMPRE
había estado sola. En esa habitación, en esa casa, en ese barrio… en fin,
siempre había estado sola.
Y se preguntó “¿por qué?” “¿Por
qué siempre estuve sola?” Clara se dio cuenta de lo automatizada de su vida y
dijo: ¡Basta! –En voz alta- ¡Basta de estar sola!
Buscó en su casa, en su barrio,
en los lugares que solía concurrir sistemáticamente todos los días… pero nada;
no había NADIE.
No sólo no había nadie en su
casa, sino que tampoco en la facultad, ni en el supermercado, ni siquiera en la
calle; Clara, realmente estaba sola.
Fue ahí cuando notó lo profundo
de su soledad. Cocinaba para tres pero siempre sobraba comida, preguntaba algo
en voz alta y nadie contestaba, el teléfono no sonaba más que para despertarla
con alarmas que la llevaban a esa vida automatizada y sola que llevaba. Clara,
en efecto, estaba sola.
Hasta que se dijo (otra vez) a sí
misma ese “basta” tan vacío y solitario, y simplemente dejó de hacer lo que
siempre hacía, dejó de cocinar para tres, dejó de ir al supermercado, a la
facultad, a la calle… y de la nada, gente comenzó a aparecer, sus padres
increpándole que no les hablaba, la facultad poniéndole plazos y trabajos a
entregar, en la calle la reconocían y saludaban.
Al final de cuentas, se dio cuenta que nunca estuvo sola, fue ella la que se abandonó a sí misma.